ARTÍCULO: Marcial y las clases estivales

MARCIAL Y  LAS CLASES ESTIVALES

Aestate pueri, si valent, satis discunt
X, 62

Recién terminado el curso escolar, y por la necesidad “tan moderna” de tener a los niños ocupados todo el rato, empieza el trajín de los campamentos con o sin idiomas e informática, academias y centros de estudios  de toda laya…
A juzgar por cierto epigrama del gran poeta hipanorromano M. Valerio Marcial (s. I d. C.), no parece que la polémica de ampliar la actividad escolar a los meses de canícula sea algo tan actual como se ha querido hacer ver. Pronto hará dos mil años, ya había quienes se preocupaban de la ampliación de los períodos lectivos de los escolares. 
De los pocos que frecuentan todavía los llamados clásicos latinos es sabido que nuestro Marcial no era lo que se dice un entusiasta de los ludi magistri, esto es, maestros de escuela. En más de uno de sus magníficos epigramas critica y hace burla de algunos de ellos. Sobre todo se mete con los dómines que, por empezar muy de mañana su labor, no le dejan dormir con sus gritos de amonestación a los pobres pupilos. En uno de estos poemillas llega a decir, malévolo, que  ojalá les pagaran por callar lo que cobran por vociferar… ¡Eso sí que es una pulla!
Lo dicho nos muestra, pues, a un Marcial muy comprensivo con el discente y muy poco con el docente: siempre más dispuesto a apiadarse de los infelices chiquillos (Ludi magister, parce simplici turbae / Maestro, deja en paz a la chiquillería inocente), sufridores de la dura pedagogía de la época en que la férula tenía faena a diario, que a entender las penalidades de los maestrillos, mal vistos y peor pagados -hay cosas que nunca cambiarán.
Pase que en los meses  invernales, adelantándose a los gallos – ¡qué manía funesta, ésa de madrugar!-, chillen y se desgañiten, pero ¿por qué seguir atormentando a los cándidos mozuelos, a las inocentes chavalinas cuando el tórrido sol romano del sofocante mes de julio tuesta hasta las cosechas (tostamque fervens Iulius coquit messem)?
Por eso, nuestro viejo poeta coterráneo ruega que, durante el estío, se dé vacaciones al cilicio de hirientes correas y a las férulas funestas –  ya entonces, al parecer, el estudio no provocaba entusiasmo entre la grey infantil y “la letra con sangre entra” estaba en pleno vigor. Incluso propone que su descanso dure hasta las Idus de octubre (Ferulaeque tristes, sceptra paedagogorum, / cessent et Idus dormiant in Octobres). 
Lo mejor del epigrama, como suele suceder, está en la agudeza final: un versito conciso y lleno de sabiduría que todos firmaríamos:
Aestate pueri, si valent, satis discunt

Durante el verano, los niños, si están sanos, aprenden de sobra. Pues eso, durante la mejor estación del año de todas las infancias, dejad que los niños descubran y aprendan otras muchas cosas que no vienen en los libros y que son, también, la salsa de la vida: la amistad, las luminosas tardes eternas, el disfrute del tiempo ocioso libre de la férula del urgente reloj, los enamoriscamientos, la vida libre en fin, antes de que, fatalmente, regresen otra vez las idus de octubre. 

FRANCISCO RODRÍGUEZ MENÉNDEZ
I.E.S. ROSARIO DE ACUÑA(GIJÓN)

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