LOS
PROFESORES, SOSPECHOSOS HABITUALES
Publicado en
LA NUEVA ESPAÑA 12/8/2010
Ayuno de sesudas teorías
pedagógicas y siendo sólo un profesor de
instituto con más de veinticinco años de experiencia, me atrevo a denunciar uno
de los males silenciosos que, a mi juicio, aqueja nuestra
educación,
Los
principales problemas de la enseñanza española no son, como se suele creer, de
dineros (añadiré de inmediato que todo gasto invertido en educación siempre será
más rentable que muchos dispendios en los que se despilfarra el dinero público).
Para dar una
buena clase de Biología, Matemáticas, Historia,… hacen falta recursos -nadie lo duda-, pero en la España del siglo XXI creo
que, por fortuna o desgracia, los problemas de fondo son de otra índole.
Intentaré aquí aislar uno de ellos que me
parece complejo y profundo, puesto que es un problema “moral” sensu lato, y en el que no se suele
reparar.
En todo
proceso educativo intervienen siempre dos voluntades. Para que una hora de clase
sea provechosa hace falta un profesor cualificado y entusiasta, pero es imprescindible,
también, un grupo de alumnos deseosos de aprender y con una idea clara de para qué
acuden a un centro educativo; profesores que sientan que la sociedad les
respalda y confía en ellos para desarrollar su labor, pero de verdad y no sólo
de boquilla; y alumnos responsables, que quieren aprender porque les han convencido
de que el tiempo que invierten en su formación es lo más trascendental para su
futuro personal y profesional, y para el
de su país.
Ahora bien, de
unos, bastantes, años a esta parte, en virtud de no sé que brillantísimas
teorías peda-demagógicas, se viene apuntando al profesorado – y no es
expresión metafórica- como único responsable del tan manido y horrísono fracaso escolar.
A la hora de
buscar un culpable del bajo rendimiento del alumnado, del alto índice de
suspensos, del notable número de abandonos,…. el foco, tras hacer un barrido
por la concurrida escena educativa, acaba por iluminar solo y siempre al
profesor.
De los dos
protagonistas principales del acto educativo, profesor y alumno, el sospechoso
siempre es el primero y nunca el segundo, considerado, por lo general, ser
angelical, inocente, ansioso de saberes e irreprochable en su conducta y
modales.
Esta situación
puede que esté muy bien y tranquilice a políticos simplones y padres ingenuos,
pero tiene algunos efectos perversos en los que quizá no se haya reparado lo
suficiente. Veámoslos.
Convertir al
docente en quasi único responsable de
los resultados del esfuerzo educativo implica, necesariamente, descargar de
toda responsabilidad al discente. Hacer “sospechoso habitual” al docente supone
eximir de toda sospecha al discente. En consecuencia, los discípulos, que no
suelen ser tontos, se ven, se creen del todo irresponsables de su proceso educativo,
de su formación académica.
Ha calado,
pues, en las mentes estudiantiles que si no siguen las indicaciones del
profesor, la culpa será del profesor; si no hacen el trabajo diario que se les
encomienda, la culpa será del profesor; que si no atienden en clase; que si no
corrigen los ejercicios; que si no preparan los exámenes (arcaísmo por pruebas objetivas), que si molestan, que
si no alcanzan los objetivos, que si dejan de esforzarse y un largo etcétera,
la culpa recaerá siempre en el profesor.
Les bastará
sembrar dudas ante sus devotísimos padres sobre la vagancia, incompetencia o
fobias del profe, aderezadas con
alguna que otra mentira que será creída sin asomo de duda. Únase a ello que
para muchos de nuestros adolescentes el futuro no llega más allá del fin de
semana y el cuadro de la
irresponsabilidad estará completo.
Así las cosas,
ya se ha encontrado un “chivo
explicatorio” perfecto (en acertada expresión de “Les Luthiers”). Los políticos
y muchos padres ya pueden dormir tranquilos. La política educativa consistirá,
por tanto, en insinuar de forma más o menos velada, las sospechas de
incompetencia, desidia, exigencia y rigor sobrehumanos, manías persecutorias, implementando medidas que combatan estas
fundadas sospechas (de vez en cuando, para
que no se diga, se repetirá algún lugar común sobre la trascendencia de su
labor y todo eso…).
¿Y qué tipo de
medidas se han venido aplicando? Pues medidas de todo tipo: algunas, pocas,
buenas, otras mediocres y muchas nefastas, pero siempre con el ingrediente
común de cierta desconfianza hacia el profesorado:
·
Adelgazamiento de ciertos contenidos
·
Disminución de horas de materias tradicionales y
difíciles.
·
Exigencia del logro “como sea” de un porcentaje
de aprobados que debe mejorar cada curso (¡hasta
el 100% por 100% y más allá!).
·
Suavización de las sanciones por indisciplina.
·
Control al segundo de la programación de aula.
·
Control al detalle de los procedimientos de
evaluación.
·
Multiplicación de los requisitos formales y
burocráticos para justificar un suspenso.
·
Invención de una compleja casuística que facilite
la promoción de curso….
Como estoy imaginando
que. desde hace un rato, no ya los focos sino las escopetas estarán apuntando
hacia quien esto escribe con el recurso facilón de acusarme de corporativismo,
me apresuro a decir que me gustaría que la actividad docente fuera objeto de
una inspección experta, rigurosa e individualizada, que reconviniera a todo
aquel funcionario, faltaría más, que no cumpliera con sus deberes.
Pero, por lo
mismo, estoy convencido de que es urgente que se reequilibre la situación y que
se pidan cuentas también a todos aquellos alumnos del sistema público que no
están cumpliendo con su primer deber consistente en emplear todas sus
capacidades y todo su empeño en hacer rentable la inversión que la ciudadanía
hace para su formación a través de los impuestos.
Los alumnos, y
sus familias, con todos los grados y matices que se quieran, son también
responsables de sus resultados académicos, tal como señalan con reiteración
numerosos estudios, casi nunca atendidos.
Está claro que
la irresponsabilidad de muchos alumnos y sus familias, debida a un abanico variado y complejo de causas, resulta
más difícil e impopular de abordar por parte de una autoridad política
pusilánime: ¡es siempre más fácil criticar al entrenador que a los jugadores!
Ahora bien,
mientras las políticas educativas no partan de la existencia de una
responsabilidad compartida en los problemas de la enseñanza, y diluciden, sin
demagogias y con rigor, qué parte corresponde a cada uno, el burro seguirá
indefinidamente dando vueltas a la misma noria de la que cada vez saldrá menos
agua.
FRANCISCO
RODRÍGUEZ MENÉNDEZ
PROFESOR
DEL IES ROSARIO DE ACUÑA (GIJÓN)
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