ARTÍCULO: Del fracaso escolar y la cultura libresca



(Publicado en la revista ESCUELA ESPAÑOLA 1999)


Entre los numerosos temas que la educación ofrece a los medios de comunicación, es ya lugar común referirse al fracaso escolar. Llama la atención, por cierto, que estos medios tan proclives al eufemismo cuando tratan de asuntos tales como la tercera edad, los violentos, los internos o la apropiación indebida, se refieran a este problema con coletilla tan cruda.
En efecto, las tasas de fracaso escolar son la preocupación obsesiva de políticos, pedagogos, periodistas, padres, profesores... Todos se afanan en sondear sus causas y en averiguar sus soluciones: loables empeños. Pero, ¿por qué no dar la vuelta al planteamiento de tamaño fenómeno y preguntarse más bien por los motivos y misterios del éxito escolar?.
 No se trata de ninguna chocarrería.
 ¿Por qué no pensar que, dadas las circuntancias actuales de la escuela y la sociedad, lo asombroso es que haya alumnos que cursen sus estudios con aprovechamiento y eficacia; ¿por qué razón no imaginar que, investigando cómo es posible que estos héroes modernos terminen su bachiller con una formación aceptable, podríamos elucidar algunos de los motivos del famoso fracaso escolar? 
Quede apuntada aquí esta otra vía de acercamiento al desaguisado.

Abordemos hoy, sin embargo, el problema del fracaso escolar al modo tradicional y sean estas líneas el esbozo de uno de los múltiples factores que están influyendo y confluyendo en el bajo rendimiento general del alumnado de la Enseñanza Obligatoria.
Es cosa muy sabida que estamos en la cultura de la imagen, de lo audiovisual,  (más visual que audio). Los niños y adolescentes se ven asaltados cada día por miríadas de mensajes y divertimentos audiovisuales a través de todo tipo de artilugios: televisión, vídeo, radio, ordenador, consola, casete portátil o no, discotecas... Para recibir la información o el placer a través de casi todos  ellos el esfuerzo mental requerido es mínimo: basta con encenderlos, sentarse cerca de ellos y tener los ojos abiertos y los oídos limpios de cerumen.
La mayoría de programas dirigidos a ellos que emiten  estos medios de comunicación, sobre todo  la reina: mamá T.V., , están llenos de ritmo,  velocidad vertiginosa, violentos movimientos de cámara, luces multicolores, presentadores nerviosos cual rabos de lagartija que hablan a toda pastilla... y de contenidos muy pobres... Rebosan de recursos que prenden la atención de vista y oído y atontan a fuerza de multiplicar los estímulos. Es la llamada estética juvenil. Es lo que, al parecer, les gusta a todos los jóvenes.
Únase a todo esto el fantástico prestigio de los medios de audiovisuales entre estas edades, que no por obvio dejaría de merecer alguna que otra reflexión.
Por resumir, se podría decir que vivimos en una sociedad que cree a pies juntillas que una imagen vale más que mil palabras. Las palabras, pues, se cotizan a la baja y por este camino pronto se llegará a decir paladinamente que una imagen vale más que las palabras, y se acabó.

Con algo de exageración en el trazo grueso, ésta es, creo yo, la situación de nuestro ambiente cultural y, también,  de los  niños y adolescentes de todas las clases sociales. Viven, vivimos, en un mundo cada vez más dominado por los medios audiovisuales, por lo espectacular en su sentido etimológico y en el otro. Este hecho evidente condiciona la manera de percibir, de entender, de relacionarse con los demás. Este es el bagaje cultural previo de la mayoría de los niños y jóvenes que se acercan a la Escuela.
Y es en ese momento cuando se empieza a gestar el gran choque. He aquí que la Escuela sigue dando una formación libresca, basada en los libros y las palabras. ¡Arrea!
Vienen de una sociedad que, por mucho que se diga, no valora lo suficiente ni la palabra bien dicha, ni la bien escrita, la idea bien enunciada, ni la bien redactada (para cerciorarse de ello basta oír y ver radios y televisiones); y se topan con unos estudios que se complican cada vez más cuanto menor es el dominio de la palabra escrita o dicha.
Vienen de una sociedad, que dígase lo que se quiera, no fomenta de verdad la lectura entre los jóvenes. Piénsese, si no, en cuántos programas hay en horario infantil-juvenil donde se informe de novedades editoriales; se difunda el amor por la lectura y los libros; se charle con sus autores ... Y se dan de bruces con la lectura de clásicos que manejan la lengua de un modo exquisito, o con textos que utilizan un léxico especializado. 

La cultura libresca, llamo así a la basada en los libros de texto o de cualquier tipo, exige un manejo fluido de la lengua materna y un cierto nivel de lectura comprensiva. Exige un cierto esfuerzo mental: no basta con sentarse delante del libro en actitud pasiva. Exige saber distinguir lo importante de lo accesorio. Exige no distraerse. Exige soledad y silencio. Exige capacidad de abstraerse... Todo esto es posible que se pueda enseñar, pero se aprende mucho mejor leyendo.
 Está demostrado que los niños en cuya casa se lee con frecuencia (¡y no sólo el MARCA!), con independencia del nivel social de su familia, suelen obtener mejores resultados en sus estudios. 
 La experiencia indica que la escuela o el instituto, ellos solitos, en pugna numantina, son absolutamente impotentes frente al clima de toda una sociedad que sólo de boquilla dice valorar la importancia de la lectura, pero que hace  muy poco por fomentarla. Es muy sabido que la Escuela es espejo de la sociedad en la que se halla y no se le pueden pedir milagros. Eso sí, luego todo son lamentos y búsqueda de responsabilidades. ¿No es esto un ejemplo de libro de la más lamentable hipocresía? 

Se puede decir, y confío en que muchos colegas estén de acuerdo, que determinados pasajes de los libros de texto y, desde luego, ciertos clásicos de la literatura española están escritos en una lengua que, por la escasa competencia lingüística de la mayoría de nuestros alumnos y su poca experiencia lectora, les parece casi una lengua extranjera. No entienden un enorme número de palabras; sobre el significado de otras muchas  tienen una idea muy vaga y a menudo errónea; desconocen el significado de muchas frases hechas; no se aclaran ante giros o modos de expresión más o menos literarios...

Confío en que no se arguya que esto es sólo culpa de los profes, sobre todo cuando la última reforma recortó de modo notable, o mejor, sobresaliente, las horas dedicadas a enseñar lengua; y cuando se ha suprimido la obligatoriedad del latín y cuando se ve cuánto ayudan los grandes y prestigiosos medios de comunicación y muchos de sus celebérrimos comunicadores...

Lo antedicho no supone que la actual escuela no haya hecho un gran esfuerzo por integrar los nuevos vehículos de transmisión de conocimientos en sus aulas. Pero siguen siendo materiales e instrumentos de apoyo, de apoyo de la palabra del maestro o profesor y de las palabras de los libros. Aún así, en los vídeos una voz invisible habla, y usa un vocabulario más o menos técnico y una sintaxis más simple o más enrevesada; los cd-rom traen información escrita que hay que tener la paciencia de leer y entender...

En resumen, por aquí y por allá nos aparece y reaparece, rebelde, lo negro sobre blanco, con más o menos fotos, gráficos, colores o dibujos, pero negro sobre blanco para disgusto de muchos. De momento, el fundamento de un cierto tipo de saber, quizá el más profundo, sigue siendo libresco, en el mejor sentido de esta palabra. Incluso las nuevas tecnologías no se han podido librar de ello, sino todo lo contrario.
Con todo, tanto los alumnos cuanto la sociedad española en general, a pesar de lo que fariseicamente se propala, siguen sin conceder una importancia de primer orden al aprendizaje concienzudo de la lengua (o las lenguas) y a la afición por la lectura.
He aquí, a mi juicio, uno de los cánceres de la educación actual y una causa, no la menor, que ayuda a explicar las enormes cifras de alumnos que no alcanzan objetivos.

Francisco Rodríguez Menéndez
IES. Rosario de Acuña (Gijón)

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