ARTÍCULO: Ortega y Gasset en el muelle de Gijón (1915)



 ORTEGA Y GASSET EN EL MUELLE DE GIJÓN (1915)


ORTEGA Y GASSET EN EL MUELLE DE GIJÓN (1915)
Siempre es grato descubrir que un gran autor ha dedicado su atención meditabunda a un rincón entrañable de la villa propia. Hace poco más de un siglo, el día 9 de septiembre de 1915, don José Ortega y Gasset publicó en la revista “España” un ameno artículo sobre el puerto de Gijón, también conocido como “la dársena” o “el muelle”, y hogaño como “el puerto deportivo”.
Fue en el final del verano del año anterior, cuando Ortega conoce Asturias en una estancia que se prolongó durante mes y medio. De ese mismo viaje data el famoso ensayo “De Madrid a Asturias o los dos paisajes”, publicado también en sucesivos números de la Revista “España” y recogido más tarde en “El Espectador”.
El artículo cuya memoria quiero rescatar aquí se titula ¡Se van, se van! Como todos los suyos, está lleno de notas y observaciones sugerentes para el lector curioso,  junto con alguna que otra sorpresa.
Ortega empieza por confesar “la atracción” que sobre él ejercen los puertos. “Sentado en uno de estos norays de hierro donde se amarran los vapores  y que llevan impresa en relieve la marca de fábrica, yo me estaría unos cuantos siglos…” Emociona pensar que, por fortuna, aunque algo más ociosos y oxidados, todavía se conservan en su sitio esas piezas tan características de los puertos, y de tan sonoro nombre.
Pasa después a hacerse eco de las “largas y ardientes disputas” surgidas entre los gijoneses a propósito de la construcción del nuevo puerto de El Musel (polémicas, por cierto, revividas no hace tanto con motivo de su última ampliación). Tomando como pretexto este episodio, destaca con sagacidad y conocimiento de sus compatriotas un rasgo muy español “porque a los buenos españoles les es el mundo un pretexto para querellarse los unos con los otros”.
Puesto en el trance de elegir, Ortega se declara “partidario del viejo puerto gijonés”, porque “lo castizo fue siempre ponerse de parte del vencido.” Y apoya su preferencia con un doble testimonio: el poema épico “La Farsalia” del sobrino de Séneca, M. Anneo Lucano (éste, al que considera ya un autor español, “cantó a un vencido” recordando, sin duda, la cita más célebre de ese poema “victrix causa diis placuit sed victa Catoni” ); y la triste figura de Don Quijote que “personifica la enorme capacidad del hombre para ser derrotado”.
Nos confiesa entonces que acude todos los días entre las doce y la una a “visitar el pequeño puerto humillado” y hace descripción de lo que se suele ofrecer a su mirada inquisitiva, entreverando alguna que otra reflexión: vapores que cargan el carbón vertido de las vagonetas, embarcaciones diversas “movidas levemente por la respiración del mar”, la goleta Luisa, que llega de Santander cada semana y con la que ha contraído una cierta amistad…
De las cosas “su pupila desinteresada” pasa a los hombres. Para nuestra sorpresa, los pescadores que llaman su atención no son asturianos, sino vascos. ¡Pobre puerto viejo de Gijón! No bastó para humillarlo su supeditación al joven puerto de “El Musel”, es todavía peor que lo que “mejor se prende en la memoria” sean “unas lanchas boniteras vizcaínas”. Y es entonces, en una de sus piruetas retóricas, cuando pasando de lo tangible a las ideas, nos regala esta delicada reflexión:
Los hombres más finos han sentido siempre un secreto placer en verse pobres y ser nadies. Los rangos económicos y los sociales se fundan en un principio de utilidad, y el hombre exquisito sabe desde hace dos mil años que a las cosas óptimas del universo les acontece ser inútiles.
Tras de hacer una descripción admirada de estos “hombres hercúleos con anchos calzones azules, prietas camisetas de punto, boinas ajustadas, pipas en las bocas, semblantes triangulares, tallados en carne bruna por el hacha de un dios terco y simplista” y añadir, en un rasgo de humor, que todos se parecen algo a Miguel de Unamuno, nos refiere una escena con la que acaba el breve ensayo y que es la que me ha empujado a revivir este artículo de ambiente gijonés.  Juzgue y compare el lector lo relatado hace cien años con lo que acontece en nuestros días.
Refiere Ortega la aparición por el puerto de dos hombres de traza humilde, uno es castellano, el otro extremeño. Son cuñados y vienen de El Ferrol. Andan buscando trabajo en algún barco cuyo pago consista en llevarlos a San Sebastián. El marinero al que han preguntado les responde: -¡Pues a mala parte vienen si buscan trabajo!
El castellano responde que en realidad van para Francia; que en Ferrol se acabó el trabajo y que sabe de un amigo que ha logrado en Burdeos una buena colocación; han dejado atrás a sus mujeres con algo de dinero.
Transcribo parte de la conversación que no tiene desperdicio, por amarga que sea.
  • Las canteras están cerradas, muchas fábricas lo mismo. Las minas apretadas de obreros.
  • ¡No hay donde dar una “peoná”!
  • No sé cómo hemos llegado aquí. Hay que ver esos caminos, llenos de gente como uno, con los “macutos” a la espalda y los dientes largos.
  • Va más gente por esas carreteras que por la calle Mayor.
  • ¿Y dónde van? – tercia Ortega.
  • Todos “pa” Francia. Allí se vive bien. Pero aquí todo va mal. Los comercios están ahogados. Porque, mire, caballero, los comercios no viven del rico, sino del pobre; cuando el pobre hambrea los comercios se secan.
Actualice el lector los detalles que sean menester y, mutatis mutandis, reconozca que esta lectura da que pensar y deja una cierta tristura amarga y desesperanzada.
 Y en tanto, estos dos hombres, el uno con su chapeo pardo, el otro con su gorra gris, carretera adelante, hacia Francia, se van.
VERANO 2016

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