ARTÍCULO: Los siete sabios y la democracia mejor


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LOS SIETE  SABIOS Y LA DEMOCRACIA MEJOR

    El curioso lector, – quien esto escribe, no usted… que, sin duda, también-, en una tarde parda y fría del inclemente invierno, se deja caer por la única librería de lance supérstite en Gijón. Guiado por el vago azar, se entretiene ojeando los atestados estantes. De vez en vez, extrae un libro, lo hojea y lo devuelve a su hueco.

  De pronto, reclama su atención un volumen breve de título sugerente: “El banquete de los siete sabios” de Plutarco. ¿Plutarco? Ah sí, Plutarco de Queronea, el autor de las famosas “Vidas paralelas”, el profesor de filosofía moral y prolífico escritor, que vivió a caballo de los siglos I y II después de Cristo.

   Nada más llegar a casa, el ya incurioso lector se pasea por su amena lectura. El opúsculo en forma de diálogo, a lo platónico, pertenece a sus “Moralia”, colección de escritos de carácter filosófico-moral y de temática variopinta. En él, Plutarco recrea un imaginario banquete en el que participan, invitados por Periandro, tirano de Corinto, los llamados siete sabios de Grecia junto a otros nombres de menor fama.

    La primera relación de estos helenos, de sabiduría legendaria, se encuentra en el “Protágoras” de Platón. No todos los autores antiguos que de ellos nos hablan coinciden en los mismos nombres.  Plutarco incluye los siguientes, de sonoros ecos: Tales de Mileto, Pítaco de Mitilene, Bías de Priene, Solón de Atenas, Cleóbulo de Lindos, Quilón de Lacedemonia y Anacarsis de Escitia.

    En este “symposion”, y al calor de la frugal comida – son sabios- y el no tan frugal vino –reitero que son sabios-, la conversación divaga, brincando de tema en tema. Se habla de cuestiones de ética, de filosofía, de política, de religión, pero también sobre asuntos de menor momento: cómo administrar una casa, qué cantidad de fortuna es suficiente para asegurarse la independencia, etc.

Ahora bien, durante su entretenida lectura me dejó estupefacto el pasaje siguiente que gloso a continuación.

En un momento dado, toma la palabra Mnesífilos, ateniense admirador de Solón, y propone que cada uno de los sabios presentes exponga su opinión sobre la democracia.

Responde primero el propio Solón de Atenas, el poeta y legislador, y dice que le parece que el estado más feliz es aquel en el que los castigos contra los delincuentes provienen tanto de quienes no han sido sus víctimas como de quienes lo fueron.

Habla, luego, Bías para afirmar que la mejor democracia es aquella en la que todos temen la ley del modo como se teme a un tirano.

Para Tales, en cambio, es aquella en la que los ciudadanos no son ni excesivamente ricos ni excesivamente pobres.

Acto seguido, Anacarsis da su opinión: la mejor, aquella en la que siendo todas las demás cosas iguales, la superioridad se deriva de la virtud y la inferioridad del vicio.

Según Cleóbulo, la democracia más sabia es aquella en donde los políticos temen más la reprobación que la ley.

Interviene después Pítaco para decir que es aquella en la que los malvados no pueden gobernar y los honrados no pueden dejar de hacerlo.

Finalmente Quirón cierra la ronda afirmando que la mejor democracia es la que escucha al mayor número de leyes y al menor de oradores.

Terminada su lectura, el lector medita. Repara en que acaba de tener ante sus ojos un antiquísimo, pero muy pertinente, programa de reforma política y moral –valga la redundancia- de nuestro maltrecho sistema democrático.

¡Cuánto mejor nos iría si nuestra democracia -esa que, según pomposa cantilena, nos hemos dado los españoles, pero algunos se empeñan en birlarnos- cumpliera con escrúpulo las nada vetustas recetas arriba escritas!

Eso sí, al frente de ella no debería haber ni cleptómanos ni mediocres, sino los mejores, temerosos de las leyes y comprometidos, sólo y de verdad, en la consecución del bienestar de todos sus conciudadanos.

Sin embargo, aquí y ahora, en vez de Solón de Atenas, Tales de Mileto o Bías de Priene tenemos en la cosa pública a un Bárcenas de Ónuba, un Blesa de Linares,  un Pepiño de Palas o un Pujol de Barcino…..¡Jo, qué tropa!

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